Por mucho que aseveren en contra quienes de ello son víctimas, vivimos en la cáscara de huevo que supone el intelecto. Desde que nacemos se nos enseña a creer que lo único real es aquello que percibimos físicamente; lo que podemos tocar, oler, ver, comer u oir con nuestros cinco sentidos. Es decir, aprendemos a desarrollar las habilidades de nuestro cerebro izquierdo que es aquel que nos conecta con este mundo material y físico. Es el cerebro de lo racional, el que nos dice que hay que ver para creer y que sólo es real lo que vemos y percibimos como real y tangible. El cerebro del intelecto. Así el sistema educativo está enfocado en esa dirección y muchos profesionales liberales, eruditos e intelectuales son presos de ello, al haber obtenido sus grados y titulaciones a través de ese único medio de adquirir conocimientos, anulando la otra mitad de sus potenciales, o dándolas de hecho por baladíes e infructuosas.
La otra mitad de nuestro cerebro es el derecho. Es el de la intuición, el de lo intangible, el que nos conecta con el cosmos; con el poder implícito de las leyes de este universo donde vivimos y formamos parte de él, y de su creador. El de la transcendencia. Es el cerebro que va más allá de la realidad que vemos; el de lo posible e imposible. Es el que usan los artistas, creadores, escritores, etc. En la conjunción de ambos está el mayor desarrollo de nuestras capacidades, no ya intelectuales, sino las fundamentales para llegar a entender quiénes somos dándole perspectiva al intelecto. No tenerlo es como el astronauta que deambula por la Luna sin comunicación con su sala de control y seguimiento en la Tierra. Su campo de acción y posibilidades quedarían drásticamente reducidos al no disponer de toda la información posible. Así andamos cuando sólo seguimos sólo el intelecto, perdemos contacto con nuestra "torre de control" y reducimos, por tanto, la mitad de nuestras potencialidades humanas para entender de qué va esto. Ortega y Gasset decía algo al respecto y lo decía bien algo así como que: enseñar significa enseñar a dudar de lo que se aprende. O esta otra: Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. José Ortega y Gasset.